Homilía completa del Papa Francisco en la Misa Crismal

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13/04/2017
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«El Espí­ritu del Señor está sobre mí­, porque él me ha ungido para que dé la Buena noticia a los pobres, me ha enviado a anunciar la libertad a los cautivos y la vista a los ciegos, para poner en libertad a los oprimidos» (Lc 4, 18). El Señor, Ungido por el Espí­ritu, lleva la Buena Noticia a los pobres. Todo lo que Jesús anuncia, y también nosotros, sacerdotes, es Buena Noticia. Alegre con la alegrí­a evangélica: de quien ha sido ungido en sus pecados con el aceite del perdón y ungido en su carisma con el aceite de la misión, para ungir a los demás. Y, al igual que Jesús, el sacerdote hace alegre al anuncio con toda su persona. Cuando predica la homilí­a, â??breve en lo posibleâ?? lo hace con la alegrí­a que traspasa el corazón de su gente con la Palabra con la que el Señor lo traspasó a él en su oración.

Como todo discí­pulo misionero, el sacerdote hace alegre el anuncio con todo su ser. Y, por otra parte, son precisamente los detalles más pequeños â??todos lo hemos experimentadoâ?? los que mejor contienen y comunican la alegrí­a: el detalle del que da un pasito más y hace que la misericordia se desborde en la tierra de nadie. El detalle del que se anima a concretar y pone dí­a y hora al encuentro. El detalle del que deja que le usen su tiempo con mansa disponibilidad...

La Buena Noticia puede parecer una expresión más, entre otras, para decir «Evangelio»: como buena nueva o feliz anuncio. Sin embargo, contiene algo que cohesiona en sí­ todo lo demás: la alegrí­a del Evangelio. Cohesiona todo porque es alegre en sí­ mismo.

La Buena Noticia es la perla preciosa del Evangelio. No es un objeto, es una misión. Lo sabe el que experimenta «la dulce y confortadora alegrí­a de anunciar» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 10).

La Buena Noticia nace de la Unción. La primera, la «gran unción sacerdotal» de Jesús, es la que hizo el Espí­ritu Santo en el seno de Marí­a. En aquellos dí­as, la feliz noticia de la Anunciación hizo cantar el Magní­ficat a la Madre Virgen, llenó de santo silencio el corazón de José, su esposo, e hizo saltar de gozo a Juan en el seno de su madre Isabel.

Hoy, Jesús regresa a Nazaret, y la alegrí­a del Espí­ritu renueva la Unción en la pequeña sinagoga del pueblo: el Espí­ritu se posa y se derrama sobre él ungiéndolo con oleo de alegrí­a (cf. Sal 45,8).

La Buena Noticia. Una sola Palabra â??Evangelioâ?? que en el acto de ser anunciado se vuelve alegre y misericordiosa verdad. Que nadie intente separar estas tres gracias del Evangelio: su Verdad â??no negociableâ??, su Misericordia â??incondicional con todos los pecadoresâ?? y su Alegrí­a â??í­ntima e inclusivaâ??.

Nunca la verdad de la Buena Noticia podrá ser sólo una verdad abstracta, de esas que no terminan de encarnarse en la vida de las personas porque se sienten más cómodas en la letra impresa de los libros.

Nunca la misericordia de la Buena Noticia podrá ser una falsa conmiseración, que deja al pecador en su miseria porque no le da la mano para ponerse en pie y no lo acompaña a dar un paso adelante en su compromiso.

Nunca podrá ser triste o neutro el Anuncio, porque es expresión de una alegrí­a enteramente personal: «La alegrí­a de un Padre que no quiere que se pierda ninguno de sus pequeñitos» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 237). La alegrí­a de Jesús al ver que los pobres son evangelizados y que los pequeños salen a evangelizar (cf. ibí­d., 5).

Las alegrí­as del Evangelio â??lo digo ahora en plural, porque son muchas y variadas, según el Espí­ritu tiene a bien comunicar en cada época, a cada persona en cada cultura particularâ?? son alegrí­as especiales. Vienen en odres nuevos, esos de los que habla el Señor para expresar la novedad de su mensaje. Les comparto, queridos sacerdotes, queridos hermanos, tres í­conos de odres nuevos en los que la Buena Noticia cabe bien, no se avinagra y se vierte abundantemente.

Un í­cono de la Buena Noticia es el de las tinajas de piedra de las bodas de Caná (cf. Jn 2,6). En un detalle, espejan bien ese Odre perfecto que es â??Ella misma, toda enteraâ?? Nuestra Señora, la Virgen Marí­a. Dice el Evangelio que «las llenaron hasta el borde» (Jn 2,7). Imagino yo que algún sirviente habrá mirado a Marí­a para ver si así­ ya era suficiente y habrá sido un gesto suyo el que los llevó a echar un balde más. Marí­a es el odre nuevo de la plenitud contagiosa. «Ella es la esclavita del

Padre que se estremece en la alabanza» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 286), Nuestra Señora de la prontitud, la que apenas ha concebido en su seno inmaculado al Verbo de vida, sale a visitar y a servir a su prima Isabel. Su plenitud contagiosa nos permite superar la tentación del miedo: ese no animarnos a ser llenados hasta el borde, esa pusilanimidad de no salir a contagiar de gozo a los demás. Nada de eso: «La alegrí­a del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús» (Ibí­d., 1)

El segundo í­cono de la Buena Noticia es aquella vasija que â??con su cucharón de maderaâ??, al pleno sol del mediodí­a, portaba sobre su cabeza la Samaritana. Refleja bien una cuestión esencial: la de la concreción. El Señor â??que es la Fuente de Agua vivaâ?? no tení­a «con qué» sacar agua para beber unos sorbos. Y la Samaritana sacó agua de su vasija con el cucharón y sació la sed del Señor. Y la sació más con la confesión de sus pecados concretos. Agitando el odre de esa alma samaritana, desbordante de misericordia, el Espí­ritu Santo se derramó en todos los paisanos de aquel pequeño pueblo, que invitaron al Señor a hospedarse entre ellos.

Un odre nuevo con esta concreción inclusiva nos lo regaló el Señor en el alma samaritana que fue Madre Teresa. Él llamó y le dijo: «Tengo sed», «pequeña mí­a, ven, llévame a los agujeros de los pobres. Ven, sé mi luz. No puedo ir solo. No me conocen, por eso no me quieren. Llévame hasta ellos». Y ella, comenzando por uno concreto, con su sonrisa y su modo de tocar con las manos las heridas, llevó la Buena Noticia a todos.

El tercer í­cono de la Buena Noticia es el Odre inmenso del Corazón traspasado del Señor: integridad mansa â??humilde y pobreâ?? que atrae a todos hacia sí­. De él tenemos que aprender que anunciar una gran alegrí­a a los muy pobres no puede hacerse sino de modo respetuoso y humilde hasta la humillación. No puede ser presuntuosa la evangelización. No puede ser rí­gida la integridad de la verdad. El Espí­ritu anuncia y enseña «toda la verdad» (Jn 16,13) y no teme hacerla beber a sorbos. El Espí­ritu nos dice en cada momento lo que tenemos que decir a nuestros adversarios (cf. Mt 10,19) e ilumina el pasito adelante que podemos dar en ese momento. Esta mansa integridad da alegrí­a a los pobres, reanima a los pecadores, hace respirar a los oprimidos por el demonio.

Queridos sacerdotes, que contemplando y bebiendo de estos tres odres nuevos, la Buena Noticia tenga en nosotros la plenitud contagiosa que transmite con todo su ser nuestra Señora, la concreción inclusiva del anuncio de la Samaritana, y la integridad mansa con que el Espí­ritu brota y se derrama, incansablemente, del Corazón traspasado de Jesús nuestro Señor.

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