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Rome Reports

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Texto del discurso del Papa a los jóvenes de Paraguay


Queridos jóvenes, buenas tardes.

Después de haber leí­do el Evangelio, Orlando se acercó a saludarme y me dijo: "Te pido que reces por la libertad de cada uno de nosotros, de todosâ?. Es la bendición que pidió Orlando para cada uno de nosotros. Es la bendición que pedimos ahora todos juntos: la libertad. Porque la libertad es un regalo que nos da Dios, pero hay que saber recibirlo, hay que saber tener el corazón libre, porque todos sabemos que en el mundo hay tantos lazos que nos atan el corazón y no dejan que el corazón sea libre. La explotación, la falta de medios para sobrevivir, la drogadicción, la tristeza, todas esas cosas nos quitan la libertad. Así­ que todos juntos, agradeciéndole a Orlando que haya pedido esta bendición, tener el corazón libre, un corazón que pueda decir lo que piensa, que pueda decir lo que siente y que pueda hacer lo que piensa y lo que siente. ¡Ese es un corazón libre! Y eso es lo que vamos a pedir todos juntos, esa bendición que Orlando pidió para todos. Repitan conmigo: "Señor Jesús, dame un corazón libre. Que no sea esclavo de todas las trampas del mundo. Que no sea esclavo de la comodidad, del engaño. Que no sea esclavo de la buena vida. Que no sea esclavo de los vicios. Que no sea esclavo de una falsa libertad, que es hacer lo que me gusta en cada momentoâ?. Gracias, Orlando, por hacernos caer en la cuenta de que tenemos que pedir un corazón libre. ¡Pí­danlo todos los dí­as!

Y hemos escuchado dos testimonios: el de Liz y el de Manuel. Liz nos enseña una cosa. Así­ como Orlando nos enseñó a rezar para tener un corazón libre, Liz con su vida nos enseña que no hay que ser como Poncio Pilato: lavarse las manos. Liz podí­a haber tranquilamente puesto a su mamá en un asilo, a su abuela en otro asilo y vivir su vida de joven, divirtiéndose, estudiando lo que querí­a. Y Liz dijo: "No, la abuela, la mamáâ?¦â?. Y Liz se convirtió en sierva, en servidora y, si quieren más fuerte todaví­a, en sirvienta de la mamá y de la abuela. ¡Y lo hizo con cariño! Hasta tal punto â??decí­a ellaâ??, que hasta se cambiaron los roles y ella terminó siendo la mamá de su mamá, en el modo como la cuidaba. Su mamá, con esa enfermedad tan cruel que confunde las cosas. Y ella quemó su vida, hasta ahora, hasta los 25 años, sirviendo a su mamá y a su abuela. ¿Sola? No, Liz no estaba sola. Ella dijo dos cosas que nos tienen que ayudar: habló de un ángel, de una tí­a que fue como un ángel; y habló del encuentro con los amigos los fines de semana, con la comunidad juvenil de evangelización, con el grupo juvenil que alimentaba su fe. Y esos dos ángeles â??esa tí­a que la custodiaba y ese grupo juvenilâ?? le daban más fuerza para seguir adelante. Y eso se llama solidaridad. ¿Cómo se llama? [Responden los jóvenes: "Solidaridadâ?]. Cuando nos hacemos cargo del problema de otro. Y ella encontró allí­ un remanso para su corazón cansado. Pero hay algo que se nos escapa. Ella no dijo: "Hago esto y nada másâ?. ¡Estudió! Y es enfermera. Y haciendo todo eso, la ayuda, la solidaridad que recibió de ustedes, del grupo de ustedes, que recibió de esa tí­a que era como un ángel, la ayudó a seguir adelante. Y hoy, a los 25 años, tiene la gracia que Orlando nos hací­a pedir: tiene un corazón libre. Liz cumple el cuarto mandamiento: "Honrarás a tu padre y a tu madreâ?. Liz muestra su vida, ¡la quema!, en el servicio a su madre. Es un grado altí­simo de solidaridad, es un grado altí­simo de amor. Un testimonio. "Padre, ¿entonces se puede amar?â?. Ahí­ tienen a alguien que nos enseña a amar.

Primero: libertad, corazón libre. Entonces, todos juntos: [Los jóvenes repiten cada frase] "Primero: corazón libreâ?. "Segundo: solidaridad para acompañarâ?. Solidaridad. Eso es lo que nos enseña este testimonio. Y a Manuel no le regalaron la vida. Manuel no es un "nene bienâ?. No es un "neneâ?, no fue un "neneâ?, no es un chico, un muchacho hoy, a quien la vida le fue fácil. Dijo palabras duras: "Fui explotado, fui maltratado, a riesgo de caer en las adicciones, estuve soloâ?. Explotación, maltrato y soledad. Y en vez de salir a hacer maldades, en vez de salir a robar, se fue a trabajar. En vez de salir a vengarse de la vida, miró adelante. Y Manuel usó una frase linda: "Pude salir adelante porque en la situación en que yo estaba era difí­cil hablar de futuroâ?. ¿Cuántos jóvenes, ustedes, hoy tienen la posibilidad de estudiar, de sentarse a la mesa con la familia todos los dí­as, tienen la posibilidad de que no les falte lo esencial? ¿Cuántos de ustedes tienen eso? Todos juntos, los que tienen eso, digan: "¡Gracias Señor!â? [Los jóvenes repiten: "¡Gracias Señor!â?]. Porque acá tuvimos un testimonio de un muchacho que desde chico supo lo que era el dolor, la tristeza, que fue explotado, maltratado, que no tení­a qué comer y que estaba solo. ¡Señor, salvá a esos chicos y chicas que están en esa situación! Y para nosotros, ¡Señor, gracias! ¡Gracias, Señor! Todos: ¡Gracias, Señor!

Libertad de corazón. ¿Se acuerdan? Libertad de corazón; lo que nos decí­a Orlando. Servicio, solidaridad; lo que nos decí­a Liz. Esperanza, trabajo, luchar por la vida, salir adelante; lo que nos decí­a Manuel. Como ven, la vida no es fácil para muchos jóvenes. Y esto quiero que lo entiendan, quiero que se lo metan en la cabeza: "Si a mí­ la vida me es relativamente fácil, hay otros chicos y chicas que no le es relativamente fácilâ?. Más aún, que la desesperación los empuja a la delincuencia, los empuja al delito, los empuja a colaborar con la corrupción. A esos chicos, a esas chicas, les tenemos que decir que nosotros les estamos cerca, queremos darles una mano, que queremos ayudarlos, con solidaridad, con amor, con esperanza.

Hubo dos frases que dijeron los dos que hablaron, Liz y Manuel. Dos frases, son lindas. Escúchenlas. Liz dijo que empezó a conocer a Jesús, conocer a Jesús, y eso es abrir la puerta a la esperanza. Y Manuel dijo: "Conocí­ a Dios, mi fortalezaâ?. Conocer a Dios es fortaleza. O sea, conocer a Dios, acercarse a Jesús, es esperanza y fortaleza. Y eso es lo que necesitamos de los jóvenes hoy: jóvenes con esperanza y jóvenes con fortaleza. No queremos jóvenes "debiluchosâ?, jóvenes que están ahí­ no más, ni sí­ ni no. No queremos jóvenes que se cansen rápido y que vivan cansados, con cara de aburridos. Queremos jóvenes fuertes. Queremos jóvenes con esperanza y con fortaleza. ¿Por qué? Porque conocen a Jesús, porque conocen a Dios. Porque tienen un corazón libre. Corazón libre, repitan. [Los jóvenes repiten cada una de las palabras] Solidaridad. Trabajo. Esperanza. Esfuerzo. Conocer a Jesús. Conocer a Dios, mi fortaleza. Un joven que viva así­, ¿tiene la cara aburrida? [respuesta de los jóvenes: "Noâ?] ¿Tiene el corazón triste? [respuesta de los jóvenes: "Noâ?]. ¡Ese es el camino! Pero para eso hace falta sacrificio, hace falta andar contracorriente. Las Bienaventuranzas que leí­mos hace un rato son el plan de Jesús para nosotros. El plan... Es un plan contracorriente. Jesús les dice: "Felices los que tienen alma de pobreâ?. No dice: "Felices los ricos, los que acumulan plataâ?. No. Los que tienen el alma de pobre, los que son capaces de acercarse y comprender lo que es un pobre. Jesús no dice: "Felices los que lo pasan bienâ?, sino que dice: "Felices los que tienen capacidad de afligirse por el dolor de los demásâ?. Y así­, yo les recomiendo que lean después, en casa, las Bienaventuranzas, que están en el capí­tulo quinto de San Mateo. ¿En qué capí­tulo están? [respuesta de los jóvenes: "quintoâ?] ¿De qué Evangelio? [respuesta de los jóvenes: "San Mateoâ?]. Léanlas y medí­tenlas, que les va a hacer bien.

Tengo que agradecer a vos, Liz; te agradezco, Manuel; e te agradezco, Orlando. Corazón libre, que es lo que debe ser.

Y me tengo que ir [jóvenes: "No!â?]. El otro dí­a, un cura en broma me dijo: "Sí­, usted siga haciéndoleâ?¦ aconsejando a los jóvenes que hagan lí­o. Siga, siga. Pero después, los lí­os que hacen los jóvenes los tenemos que arreglar nosotrosâ?. ¡Hagan lí­o! Pero también ayuden a arreglar y a organizar el lí­o que hacen. Las dos cosas: hagan lí­o y organí­cenlo bien. Un lí­o que nos dé un corazón libre, un lí­o que nos dé solidaridad, un lí­o que nos dé esperanza, un lí­o que nazca de haber conocido a Jesús y de saber que Dios, a quien conocí­, es mi fortaleza. Ese es el lí­o que hagan.

Como sabí­a las preguntas, porque me las habí­an pasado antes, habí­a escrito un discurso para ustedes, para dárselo, pero los discursos son aburridos, así­ que, se lo dejo al Señor Obispo encargado de la Juventud para que lo publique.

Y ahora, antes de irme, ["No!â?] les pido, primero, que sigan rezando por mí­; segundo, que sigan haciendo lí­o; tercero, que ayuden a organizar el lí­o que hacen para que no destruya nada. Y todos juntos ahora, en silencio, vamos a elevar el corazón a Dios. Cada uno desde su corazón, en voz baja, repita las palabras:

Señor Jesús, te doy gracias por estar aquí­. Te doy gracias porque me diste hermanos como Liz, Manuel y Orlando. Te doy gracias porque nos diste muchos hermanos que son como ellos. Que te encontraron, Jesús. Que te conocen, Jesús. Que saben que Vos, su Dios, sos su fortaleza. Jesús, te pido por los chicos y chicas que no saben que Vos sos su fortaleza y que tienen miedo de vivir, miedo de ser felices, tienen miedo de soñar. Jesús, enseñános a soñar, a soñar cosas grandes, cosas lindas, cosas que aunque parezcan cotidianas, son cosas que engrandecen el corazón. Señor Jesús, danos fortaleza, danos un corazón libre, danos esperanza, danos amor y enseñános a servir. Amén.

Ahora les voy a dar la bendición y les pido, por favor, que recen por mí­ y que recen por tantos chicos y chicas que no tienen la gracia que tienen ustedes de haber conocido a Jesús, que les da esperanza, les da un corazón libre y los hace fuertes.

(Bendición)

Y que los bendiga Dios Todopoderoso, el Padre, el Hijo y el Espí­ritu Santo.