Francisco recuerda a los obispos los dramas de la infancia del S.XXI

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02/01/2017
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(SOLO TEXTO) Con motivo del dí­a de los Santos Inocentes, el pasado 28 de diciembre, el Papa escribió una carta a los obispos de todo el mundo.

En ella denuncia los dramas de la infancia en el siglo XXI: el hambre, los niños soldado, la pederastia (también dentro de la Iglesia) o la prostitución de menores. La alegrí­a cristiana, dice, 'no es una alegrí­a que se construye al margen de la realidad, ignorándolaâ?. 

TEXTO COMPLETO DE LA CARTA:

Querido hermano:

Hoy, dí­a de los Santos Inocentes, mientras continúan resonando en nuestros corazones las palabras del ángel a los pastores: «Os traigo una buena noticia, una gran alegrí­a para todo el pueblo: Hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador» (Lc 2,10-11), siento la necesidad de escribirte. Nos hace bien escuchar una y otra vez este anuncio; volver a escuchar que Dios está en medio de nuestro pueblo. Esta certeza que renovamos año a año es fuente de nuestra alegrí­a y esperanza.

Durante estos dí­as podemos experimentar cómo la liturgia nos toma de la mano y nos conduce al corazón de la Navidad, nos introduce en el Misterio y nos lleva paulatinamente a la fuente de la alegrí­a cristiana.

Como pastores hemos sido llamados para ayudar a hacer crecer esta alegrí­a en medio de nuestro pueblo. Se nos pide cuidar esta alegrí­a. Quiero renovar contigo la invitación a no dejarnos robar esta alegrí­a, ya que muchas veces desilusionados â??y no sin razonesâ?? con la realidad, con la Iglesia, o inclusive desilusionados de nosotros mismos, sentimos la tentación de apegarnos a una tristeza dulzona, sin esperanza, que se apodera de los corazones (cf. Exhorta. Ap. Evangelii gaudium, 83).

La Navidad, mal que nos pese, viene acompañada también del llanto. Los evangelistas no se permitieron disfrazar la realidad para hacerla más creí­ble o apetecible. No se permitieron realizar un discurso «bonito» pero irreal. Para ellos la Navidad no era refugio fantasioso en el que esconderse frente a los desafí­os e injusticias de su tiempo. Al contrario, nos anuncian el nacimiento del Hijo de Dios también envuelto en una tragedia de dolor. Citando al profeta Jeremí­as, el evangelista Mateo lo presenta con gran crudeza: «En Ramá se oyó una voz, hubo lágrimas y gemidos: es Raquel, que llora a sus hijos» (2,18). Es el gemido de dolor de las madres que lloran las muertes de sus hijos inocentes frente a la tiraní­a y ansia de poder desenfrenada de Herodes.

Un gemido que hoy también podemos seguir escuchando, que nos llega al alma y que no podemos ni queremos ignorar ni callar. Hoy en nuestros pueblos, lamentablemente â??y lo escribo con profundo dolorâ??, se sigue escuchando el gemido y el llanto de tantas madres, de tantas familias, por la muerte de sus hijos, de sus hijos inocentes.

Contemplar el pesebre es también contemplar este llanto, es también aprender a escuchar lo que acontece a su alrededor y tener un corazón sensible y abierto al dolor del prójimo, más especialmente cuando se trata de niños, y también es tener la capacidad de asumir que hoy se sigue escribiendo ese triste capí­tulo de la historia. Contemplar el pesebre aislándolo de la vida que lo circunda serí­a hacer de la Navidad una linda fabula que nos generarí­a buenos sentimientos pero nos privarí­a de la fuerza creadora de la Buena Noticia que el Verbo Encarnado nos quiere regalar. Y la tentación existe.

¿Será que la alegrí­a cristiana se puede vivir de espaldas a estas realidades? ¿Será que la alegrí­a cristiana puede realizarse ignorando el gemido del hermano, de los niños? San José fue el primer invitado a custodiar la alegrí­a de la Salvación. Frente a los crí­menes atroces que estaban sucediendo, san José â??testimonio del hombre obediente y fielâ?? fue capaz de escuchar la voz de Dios y la misión que el Padre le encomendaba. Y porque supo escuchar la voz de Dios y se dejó guiar por su voluntad, se volvió más sensible a lo que le rodeaba y supo leer los acontecimientos con realismo.

Hoy también a nosotros, Pastores, se nos pide lo mismo, que seamos hombres capaces de escuchar y no ser sordos a la voz del Padre, y así­ poder ser más sensibles a la realidad que nos rodea. Hoy, teniendo como modelo a san José, estamos invitados a no dejar que nos roben la alegrí­a. Estamos invitados a custodiarla de los Herodes de nuestros dí­as. Y al igual que san José, necesitamos coraje para asumir esta realidad, para levantarnos y tomarla entre las manos (cf. Mt 2,20). El coraje de protegerla de los nuevos Herodes de nuestros dí­as, que fagocitan la inocencia de nuestros niños. Una inocencia desgarrada bajo el peso del trabajo clandestino y esclavo, bajo el peso de la prostitución y la explotación. Inocencia destruida por las guerras y la emigración forzada,

con la pérdida de todo lo que esto conlleva. Miles de nuestros niños han caí­do en manos de pandilleros, de mafias, de mercaderes de la muerte que lo único que hacen es fagocitar y explotar s 

necesidad.

A modo de ejemplo, hoy en dí­a 75 millones de niños â??debido a las emergencias y crisis prolongadasâ?? han tenido que interrumpir su educación. En 2015, el 68 por ciento de todas las personas objeto de trata sexual en el mundo eran niños. Por otro lado, un tercio de los niños que han tenido que vivir fuera de sus paí­ses ha sido por desplazamientos forzosos. Vivimos en un mundo donde casi la mitad de los niños menores de 5 años que mueren ha sido a causa de malnutrición. En el año 2016, se calcula que 150 millones de niños han realizado trabajo infantil viviendo muchos de ellos en condición de esclavitud. De acuerdo al último informe elaborado por UNICEF, si la situación mundial no se revierte, en 2030 serán 167 millones los niños que vivirán en la extrema pobreza, 69 millones de niños menores de 5 años morirán entre 2016 y 2030, y 60 millones de niños no asistirán a la escuela básica primaria.

Escuchemos el llanto y el gemir de estos niños; escuchemos el llanto y el gemir también de nuestra madre Iglesia, que llora no sólo frente al dolor causado en sus hijos más pequeños, sino también porque conoce el pecado de algunos de sus miembros: el sufrimiento, la historia y el dolor de los menores que fueron abusados sexualmente por sacerdotes. Pecado que nos avergí¼enza. Personas que tení­an a su cargo el cuidado de esos pequeños han destrozado su dignidad. Esto lo lamentamos profundamente y pedimos perdón. Nos unimos al dolor de las ví­ctimas y a su vez lloramos el pecado. El pecado por lo sucedido, el pecado de omisión de asistencia, el pecado de ocultar y negar, el pecado del abuso de poder. La Iglesia también llora con amargura este pecado de sus hijos y pide perdón. Hoy, recordando el dí­a de los Santos Inocentes, quiero que renovemos todo nuestro empeño para que estas atrocidades no vuelvan a suceder entre nosotros. Tomemos el coraje necesario para implementar todas las medidas necesarias y proteger en todo la vida de nuestros niños, para que tales crí­menes no se repitan más. Asumamos clara y lealmente la consigna «tolerancia cero» en este asunto.

La alegrí­a cristiana no es una alegrí­a que se construye al margen de la realidad, ignorándola o haciendo como si no existiese. La alegrí­a cristiana nace de una llamada â??la misma que tuvo san Joséâ?? a tomar y cuidar la vida, especialmente la de los santos inocentes de hoy. La Navidad es un tiempo que nos interpela a custodiar la vida y ayudarla a nacer y crecer; a renovarnos como pastores de coraje. Ese coraje que genera dinámicas capaces de tomar conciencia de la realidad que muchos de nuestros niños hoy están viviendo y trabajar para garantizarles los mí­nimos necesarios para que su dignidad como hijos de Dios sea no sólo respetada sino, sobre todo, defendida. No dejemos que les roben la alegrí­a. No nos dejemos robar la alegrí­a, cuidémosla y ayudémosla a crecer.

Hagámoslo esto con la misma fidelidad paternal de san José y de la mano de Marí­a, la Madre de la ternura, para que no se nos endurezca el corazón.

Con fraternal afecto,

FRANCISCO

Vaticano, 28 de diciembre de 2016

Fiesta de los Santos Inocentes, Mártires

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