Mensaje del Papa para la próxima Jornada Mundial de la Juventud

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21/03/2017
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TEXTO COMPLETO DEL MENSAJE:


«El Todopoderoso ha hecho cosas grandes en mí­Â» (Lc 1,49)

Queridos jóvenes:

Nos hemos puesto de nuevo en camino después de nuestro maravilloso encuentro en Cracovia, donde celebramos la XXXI Jornada Mundial de la Juventud y el Jubileo de los Jóvenes, en el contexto del Año Santo de la Misericordia. Allí­ dejamos que san Juan Pablo II y santa Faustina Kowalska, apóstoles de la divina misericordia, nos guiaran para encontrar una respuesta concreta a los desafí­os de nuestro tiempo. 

Experimentamos con fuerza la fraternidad y la alegrí­a, y dimos al mundo un signo de esperanza; las distintas banderas y lenguas no eran un motivo de enfrentamiento y división, sino una oportunidad para abrir las puertas de nuestro corazón, para construir puentes.

Al final de la JMJ de Cracovia indiqué la próxima meta de nuestra peregrinación que, con la ayuda de Dios, nos llevará a Panamá en 2019. Nos acompañará en este camino la Virgen Marí­a, a quien todas las generaciones llaman bienaventurada (cf. Lc 1,48). La siguiente etapa de nuestro itinerario está conectada con la anterior, centrada en las bienaventuranzas, pero nos impulsa a seguir adelante. Lo que deseo es que vosotros, jóvenes, caminéis no sólo haciendo memoria del pasado, sino también con valentí­a en el presente y esperanza en el futuro. Estas actitudes, siempre presentes en la joven Mujer de Nazaret, se encuentran reflejadas claramente en los temas elegidos para las tres próximas JMJ. 

Este año (2017) vamos a reflexionar sobre la fe de Marí­a cuando dijo en el Magnificat: «El Todopoderoso ha hecho cosas grandes en mí­Â» (Lc 1,49). El tema del próximo año (2018): «No temas, Marí­a, porque has hallado gracia delante de Dios» (Lc 1,30), nos llevará a meditar sobre la caridad llena de determinación con que la Virgen Marí­a recibió el anuncio del ángel. La JMJ 2019 se inspirará en las palabras: «He aquí­ la sierva del Señor; hágase en mí­ según tu palabra» (Lc 1,38), que fue la respuesta llena de esperanza de Marí­a al ángel.

En octubre de 2018, la Iglesia celebrará el Sí­nodo de los Obispos sobre el tema: Los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional. Nos preguntaremos sobre cómo viví­s vosotros, los jóvenes, la experiencia de fe en medio de los desafí­os de nuestra época. También vamos a abordar la cuestión de cómo se puede desarrollar un proyecto de vida discerniendo vuestra vocación, tomada en sentido amplio, es decir, al matrimonio, en el ámbito laical y profesional, o bien a la vida consagrada y al sacerdocio. Deseo que haya una gran sintoní­a entre el itinerario que llevará a la JMJ de Panamá y el camino sinodal.

Nuestra época no necesita de «jóvenes-sofá»

Según el Evangelio de Lucas, después de haber recibido el anuncio del ángel y haber respondido con su «sí­Â» a la llamada para ser madre del Salvador, Marí­a se levanta y va de prisa a visitar a su prima Isabel, que está en el sexto mes de embarazo (cf. 1,36.39). Marí­a es muy joven; lo que se le ha anunciado es un don inmenso, pero comporta también un desafí­o muy grande; el Señor le ha asegurado su presencia y su ayuda, pero todaví­a hay muchas cosas que aún no están claras en su mente y en su corazón. Y sin embargo Marí­a no se encierra en casa, no se deja paralizar por el miedo o el orgullo. Marí­a no es la clase de personas que para estar bien necesita un buen sofá donde sentirse cómoda y segura. No es una joven-sofá (cf. Discurso en la Vigilia, Cracovia, 30 de julio de 2016). Si su prima anciana necesita una mano, ella no se demora y se pone inmediatamente en camino.

El trayecto para llegar a la casa de Isabel es largo: unos 150 km. Pero la joven de Nazaret, impulsada por el Espí­ritu Santo, no se detiene ante los obstáculos. Sin duda, las jornadas de viaje le ayudaron a meditar sobre el maravilloso acontecimiento en el que estaba participando. Lo mismo nos sucede a nosotros cuando empezamos nuestra peregrinación: a lo largo del camino vuelven a la mente los hechos de la vida, y podemos penetrar en su significado y profundizar nuestra vocación, que se revela en el encuentro con Dios y en el servicio a los demás.

El Todopoderoso ha hecho cosas grandes en mí­

El encuentro entre las dos mujeres, la joven y la anciana, está repleto de la presencia del Espí­ritu Santo, y lleno de alegrí­a y asombro (cf. Lc 1,40-45). Las dos madres, así­ como los hijos que llevan en sus vientres, casi bailan a causa de la felicidad. Isabel, impresionada por la fe de Marí­a, exclama: «Bienaventurada la que ha creí­do, porque lo que le ha dicho el Señor se cumplirá» (v. 45). Sí­, uno de los mayores regalos que la Virgen ha recibido es la fe. Creer en Dios es un don inestimable, pero exige también recibirlo; e Isabel bendice a Marí­a por eso. Ella, a su vez, responde con el canto del Magnificat (cf. Lc 1,46-55), donde encontramos las palabras: «El Todopoderoso ha hecho cosas grandes en mí­Â» (v. 49).

La oración de Marí­a es revolucionaria, es el canto de una joven llena de fe, consciente de sus lí­mites, pero que confí­a en la misericordia divina. Esta pequeña y valiente mujer da gracias a Dios porque ha mirado su pequeñez y porque ha realizado la obra de la salvación en su pueblo, en los pobres y humildes. La fe es el corazón de toda la historia de Marí­a. Su cántico nos ayuda a comprender cómo la misericordia del Señor es el motor de la historia, tanto de la persona, de cada uno de nosotros, como del conjunto de la humanidad.

Cuando Dios toca el corazón de un joven o de una joven, se vuelven capaces de grandes obras. Las «cosas grandes» que el Todopoderoso ha hecho en la vida de Marí­a nos hablan también del viaje de nuestra vida, que no es un deambular sin sentido, sino una peregrinación que, aun con todas sus incertidumbres y sufrimientos, encuentra en Dios su plenitud (cf. íngelus, 15 de agosto de 2015). Me diréis: «Padre, pero yo soy muy limitado, soy pecador, ¿qué puedo hacer?». Cuando el Señor nos llama no se fija en lo que somos, en lo que hemos hecho. Al contrario, en el momento en que nos llama, él está mirando todo lo que podrí­amos dar, todo el amor que somos capaces de ofrecer. Como la joven Marí­a, podéis hacer que vuestra vida se convierta en un instrumento para mejorar el mundo. Jesús os llama a dejar vuestra huella en la vida, una huella que marque la historia, vuestra historia y la historia de muchos (cf. Discurso en la Vigilia, Cracovia, 30 de julio de 2016).

Ser joven no significa estar desconectado del pasado

Marí­a es poco más que una adolescente, como muchos de vosotros. Sin embargo, en el Magnificat alaba a su pueblo, su historia. Esto nos enseña que ser joven no significa estar desconectado del pasado. Nuestra historia personal forma parte de una larga estela, de un camino comunitario que nos ha precedido durante siglos. Como Marí­a, pertenecemos a un pueblo. Y la historia de la Iglesia nos enseña que, incluso cuando tiene que atravesar mares revueltos, la mano de Dios la guí­a, le hace superar momentos difí­ciles. La verdadera experiencia en la Iglesia no es como un flashmob, en el que nos damos cita, se realiza una performance y luego cada uno se va por su propio camino. La Iglesia lleva en sí­ una larga tradición, que se transmite de generación en generación, y que se enriquece al mismo tiempo con la experiencia de cada individuo. También vuestra historia tiene un lugar dentro de la historia de la Iglesia.

Hacer memoria del pasado sirve también para recibir las obras nuevas que Dios quiere hacer en nosotros y a través de nosotros. Y nos ayuda a dejarnos escoger como instrumentos suyos, colaboradores en sus proyectos salví­ficos. También vosotros, jóvenes, si reconocéis en vuestra vida la acción misericordiosa y omnipotente de Dios, podéis hacer grandes cosas y asumir grandes responsabilidades.

Me gustarí­a haceros algunas preguntas: ¿Cómo 'guardáisâ? en vuestra memoria los acontecimientos, las experiencias de vuestra vida? ¿Qué hacéis con los hechos y las imágenes grabadas en vuestros recuerdos? A algunos, heridos por las circunstancias de la vida, les gustarí­a 'reiniciarâ? su pasado, ejercer el derecho al olvido. Pero me gustarí­a recordaros que no hay santo sin pasado, ni pecador sin futuro. La perla nace de una herida en la ostra. Jesús, con su amor, puede sanar nuestros corazones, transformando nuestras heridas en auténticas perlas. Como decí­a san Pablo, el Señor muestra su fuerza a través de nuestra debilidad (cf. 2 Co 12,9).

Nuestros recuerdos, sin embargo, no deben quedar amontonados, como en la memoria de un disco duro. Y no se puede almacenar todo en una 'nubeâ? virtual. Tenemos que aprender a hacer que los sucesos del pasado se conviertan en una realidad dinámica, para reflexionar sobre ella y sacar una enseñanza y un sentido para nuestro presente y nuestro futuro. Descubrir el hilo rojo del amor de Dios que conecta toda nuestra existencia es una tarea difí­cil pero necesaria.

Muchos dicen que vosotros, los jóvenes, sois olvidadizos y superficiales. No estoy de acuerdo en absoluto. Pero hay que reconocer que en nuestros dí­as tenemos que recuperar la capacidad de reflexionar sobre la propia vida y proyectarla hacia el futuro. Tener un pasado no es lo mismo que tener una historia. En nuestra vida podemos tener tantos recuerdos, pero ¿cuántos de ellos construyen realmente nuestra memoria? ¿Cuántos son significativos para nuestros corazones y nos ayudan a dar sentido a nuestra existencia? En las «redes sociales», aparecen muchos rostros de jóvenes en multitud de fotografí­as, que hablan de hechos más o menos reales, pero no sabemos cuánto de todo eso es «historia», una experiencia que pueda ser narrada, que tenga una finalidad y un sentido. Los programas en la televisión están llenos de los así­ llamados «reality show», pero no son historias reales, son sólo minutos que corren delante de una cámara, en los que los personajes viven al dí­a, sin un proyecto. No os dejéis engañar por esa falsa imagen de la realidad. Sed protagonistas de vuestra historia, decidid vuestro futuro.

Cómo mantenerse unidos, siguiendo el ejemplo de Marí­a

De Marí­a se dice que conservaba todas las cosas, meditándolas en su corazón (cf. Lc 2,19.51). Esta sencilla muchacha de Nazaret nos enseña con su ejemplo a conservar la memoria de los acontecimientos de la vida, y también a reunirlos, recomponiendo la unidad de los fragmentos, que unidos pueden formar un mosaico. ¿Cómo podemos, pues, ejercitarnos concretamente en tal sentido? Os doy algunas sugerencias.

Al final de cada jornada podemos detenernos unos minutos a recordar los momentos hermosos, los desafí­os, lo que nos ha salido bien y, también, lo que nos ha salido mal. De este modo, delante de Dios y de nosotros mismos, podemos manifestar nuestros sentimientos de gratitud, de arrepentimiento y de confianza, anotándolos también, si queréis, en un cuaderno, una especie de diario espiritual. Esto quiere decir rezar en la vida, con la vida y sobre la vida y, con toda seguridad, os ayudará a comprender mejor las grandes obras que el Señor realiza en cada uno de vosotros. Como decí­a san Agustí­n, a Dios lo podemos encontrar en los anchos campos de nuestra memoria (cf. Confesiones, Libro X, 8, 12).

Leyendo el Magnificat nos damos cuenta del conocimiento que Marí­a tení­a de la Palabra de Dios. Cada versí­culo de este cántico tiene su paralelo en el Antiguo Testamento. La joven madre de Jesús conocí­a bien las oraciones de su pueblo. Seguramente se las habí­an enseñado sus padres y sus abuelos. ¡Qué importante es la transmisión de la fe de una generación a otra! Hay un tesoro escondido en las oraciones que nos han enseñado nuestros antepasados, en esa espiritualidad que se vive en la cultura de la gente sencilla y que conocemos como piedad popular. Marí­a recoge el patrimonio de fe de su pueblo y compone con él un canto totalmente suyo y que es también el canto de toda la Iglesia. La Iglesia entera lo canta con ella. Para que también vosotros, jóvenes, podáis cantar un Magnificat totalmente vuestro y hacer de vuestra vida un don para toda la humanidad, es fundamental que conectéis con la tradición histórica y la oración de aquellos que os han precedido. De ahí­ la importancia de conocer bien la Biblia, la Palabra de Dios, de leerla cada dí­a confrontándola con vuestra vida, interpretando los acontecimientos cotidianos a la luz de cuánto el Señor os dice en las Sagradas Escrituras. En la oración y en la lectura orante de la Biblia (la llamada Lectio divina), Jesús hará arder vuestros corazones e iluminará vuestros pasos, aún en los momentos más difí­ciles de vuestra existencia (cf. Lc 24,13-35).

Marí­a nos enseña a vivir en una actitud eucarí­stica, esto es, a dar gracias, a cultivar la alabanza y a no quedarnos sólo anclados en los problemas y las dificultades. En la dinámica de la vida, las súplicas de hoy serán mañana motivo de agradecimiento. De este modo, vuestra participación en la Santa Misa y los momentos en que celebraréis el sacramento de la Reconciliación serán a la vez cumbre y punto de partida: vuestras vidas se renovarán cada dí­a con el perdón, convirtiéndose en alabanza constante al Todopoderoso. «Fiaros del recuerdo de Dios [â?¦] su memoria es un corazón tierno de compasión, que se regocija eliminando definitivamente cualquier vestigio del mal» (Homilí­a en la S. Misa de la JMJ, Cracovia, 31 de julio de 2016).

Hemos visto que el Magnificat brota del corazón de Marí­a en el momento en que se encuentra con su anciana prima Isabel, quien, con su fe, con su mirada perspicaz y con sus palabras, ayuda a la Virgen a comprender mejor la grandeza del obrar de Dios en ella, de la misión que él le ha confiado. Y vosotros, ¿os dais cuenta de la extraordinaria fuente de riqueza que significa el encuentro entre los jóvenes y los ancianos? ¿Qué importancia les dais a vuestros ancianos, a vuestros abuelos? Vosotros, con sobrada razón, aspiráis a «emprender el vuelo», lleváis en vuestro corazón muchos sueños, pero tenéis necesidad de la sabidurí­a y de la visión de los ancianos. Mientras abrí­s vuestras alas al viento, es indispensable que descubráis vuestras raí­ces y que toméis el testigo de las personas que os han precedido. Para construir un futuro que tenga sentido, es necesario conocer los acontecimientos pasados y tomar posición frente a ellos (cf. Exhort. ap. postsin. Amoris Laetitia, 191,193). Vosotros, jóvenes, tenéis la fuerza; los ancianos, la memoria y la sabidurí­a. Como Marí­a con Isabel, dirigid vuestra mirada hacia los ancianos, hacia vuestros abuelos. Ellos os contarán cosas que entusiasmarán vuestra mente y emocionarán vuestro corazón.

Fidelidad creativa para construir tiempos nuevos

Es verdad que tenéis pocos años de vida y, por esto mismo, os resulta difí­cil darle el debido valor a la tradición. Tened bien presente que esto no significa ser tradicionalistas. No. Cuando Marí­a en el Evangelio dice que «El Todopoderoso ha hecho cosas grandes en mí­Â» (Lc 1,49), se refiere a que aquellas «cosas grandes» no han terminado, sino que continúan realizándose en el presente. No se trata de un pasado remoto. El saber hacer memoria del pasado no quiere decir ser nostálgicos o permanecer aferrados a un determinado perí­odo de la historia, sino saber reconocer los propios orí­genes para volver siempre a lo esencial, y lanzarse con fidelidad creativa a la construcción de tiempos nuevos. Serí­a un grave problema que no beneficiarí­a a nadie el fomentar una memoria paralizante, que impone realizar siempre las mismas cosas del mismo modo. Es un don del cielo constatar que muchos de vosotros, con vuestros interrogantes, sueños y preguntas, os enfrentáis a quienes consideran que las cosas no pueden ser diferentes.

Una sociedad que valora sólo el presente tiende también a despreciar todo lo que se hereda del pasado, como por ejemplo las instituciones del matrimonio, de la vida consagrada, de la misión sacerdotal. Las mismas terminan por ser consideradas vací­as de significado, formas ya superadas. Se piensa que es mejor vivir en las situaciones denominadas «abiertas», comportándose en la vida como en un reality show, sin objetivos y sin rumbo. No os dejéis engañar. Dios ha venido para ensanchar los horizontes de nuestra vida, en todas las direcciones. Él nos ayuda a darle al pasado su justo valor para proyectar mejor un futuro de felicidad. Pero esto es posible solamente cuando vivimos experiencias auténticas de amor, que se hacen concretas en el descubrimiento de la llamada del Señor y en la adhesión a ella. Esta es la única cosa que nos hace felices de verdad.

Queridos jóvenes, encomiendo a la maternal intercesión de la Bienaventurada Virgen Marí­a nuestro camino hacia Panamá, así­ como también el itinerario de preparación del próximo Sí­nodo de los Obispos. Os invito a recordar dos aniversarios importantes en este año 2017: los trecientos años del descubrimiento de la imagen de la Virgen de Aparecida, en Brasil; y el centenario de las apariciones de Fátima, en Portugal, adonde, si Dios quiere, iré en peregrinación el próximo mes de mayo. San Martí­n de Porres, uno de los santos patronos de América Latina y de la JMJ de 2019, en su humilde servicio cotidiano tení­a la costumbre de ofrecerle las mejores flores a Marí­a, como signo de su amor filial. Cultivad también vosotros, como él, una relación de familiaridad y amistad con Nuestra Señora, encomendándole vuestros gozos, inquietudes y preocupaciones. Os aseguro que no os arrepentiréis.

La joven de Nazaret, que en todo el mundo ha asumido miles de rostros y de nombres para acercarse a sus hijos, interceda por cada uno de nosotros y nos ayude a proclamar las grandes obras que el Señor realiza a través de nosotros.

Desde el Vaticano, 27 de febrero de 2017

Memoria de San Gabriel de Nuestra Señora de los Dolores

FRANCISCO

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