Discurso Navideño del Papa. Texto completo

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25/12/2016
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TEXTO COMPLETO DEL DISCURSO DE NAVIDAD DEL PAPA

Queridos hermanos y hermanas, feliz Navidad.

Hoy la Iglesia revive el asombro de la Virgen Marí­a, de san José y de los pastores de Belén, contemplando al Niño que ha nacido y que está acostado en el pesebre: Jesús, el Salvador.

En este dí­a lleno de luz, resuena el anuncio del Profeta:

«Un niño nos ha nacido,

un hijo se nos ha dado:

lleva a hombros el principado, y es su nombre:

Maravilla del Consejero,

Dios guerrero,

Padre perpetuo,

Prí­ncipe de la paz» (Is 9, 5).

El poder de un Niño, Hijo de Dios y de Marí­a, no es el poder de este mundo, basado en la fuerza y en la riqueza, es el poder del amor. Es el poder que creó el cielo y la tierra, que da vida a cada criatura: a los minerales, a las plantas, a los animales; es la fuerza que atrae al hombre y a la mujer, y hace de ellos una sola carne, una sola existencia; es el poder que regenera la vida, que perdona las culpas, reconcilia a los enemigos, transforma el mal en bien. Es el poder de Dios. Este poder del amor ha llevado a Jesucristo a despojarse de su gloria y a hacerse hombre; y lo conducirá a dar la vida en la cruz y a resucitar de entre los muertos. Es el poder del servicio, que instaura en el mundo el reino de Dios, reino de justicia y de paz.

Por esto el nacimiento de Jesús está acompañado por el canto de los ángeles que anuncian:

«Gloria a Dios en el cielo,

y en la tierra paz a los hombres que Dios ama» (Lc 2,14).

Hoy este anuncio recorre toda la tierra y quiere llegar a todos los pueblos, especialmente los golpeados por la guerra y por conflictos violentos, y que sienten fuertemente el deseo de la paz.

Paz a los hombres y a las mujeres de la martirizada Siria, donde demasiada sangre ha sido derramada. Sobre todo en la ciudad de Alepo, escenario, en las últimas semanas, de una de las batallas más atroces, es muy urgente que se garanticen asistencia y consolación a la extenuada población civil, respetando el derecho humanitario. Es hora de que las armas callen definitivamente y la comunidad internacional se comprometa activamente para que se logre una solución negociable y se restablezca la convivencia civil en el Paí­s.

Paz para las mujeres y para los hombres de la amada Tierra Santa, elegida y predilecta por Dios. Que los Israelí­s y los Palestinos tengan la valentí­a y la determinación de escribir una nueva página de la historia, en la que el odio y la venganza cedan el lugar a la voluntad de construir conjuntamente un futuro de recí­proca comprensión y armoní­a. Que puedan recobrar unidad y concordia Irak, Libia y Yemen, donde las poblaciones sufren la guerra y brutales acciones terroristas.

Paz a los hombres y mujeres en las diferentes regiones de ífrica, particularmente en Nigeria, donde el terrorismo fundamentalista explota también a los niños para perpetrar el horror y la muerte. Paz en Sudán del Sur y en la República Democrática del Congo, para que se curen las divisiones y para que todos las personas de buena voluntad se esfuercen para iniciar nuevos caminos de desarrollo y de compartir, prefiriendo la cultura del diálogo a la lógica del enfrentamiento.

Paz a las mujeres y hombres que todaví­a padecen las consecuencias del conflicto en Ucrania oriental, donde es urgente una voluntad común para llevar alivio a la población y poner en práctica los compromisos asumidos.

Pedimos concordia para el querido pueblo colombiano, que desea cumplir un nuevo y valiente camino de diálogo y de reconciliación. Dicha valentí­a anime también la amada Venezuela para dar los pasos necesarios con vistas a poner fin a las tensiones actuales y a edificar conjuntamente un futuro de esperanza para la población entera.

Paz a todos los que, en varias zonas, están afrontando sufrimiento a causa de peligros constantes e injusticias persistentes. Que Myanmar pueda consolidar los esfuerzos para favorecer la convivencia pací­fica y, con la ayuda de la comunidad internacional, pueda dar la necesaria protección y asistencia humanitaria a los que tienen necesidad extrema y urgente. Que pueda la pení­nsula coreana ver superadas las tensiones que atraviesan en un renovado espí­ritu de colaboración.

Paz a los que han perdido a un ser querido debido a viles actos de terrorismo que han sembrado miedo y muerte en el corazón de tantos paí­ses y ciudades. Paz â??no de palabra, sino eficaz y concretaâ?? a nuestros hermanos y hermanas que están abandonados y excluidos, a los que sufren hambre y los que son ví­ctimas de violencia. Paz a los prófugos, a los emigrantes y refugiados, a los que hoy son objeto de la trata de personas. Paz a los pueblos que sufren por las ambiciones económicas de unos pocos y la avaricia voraz del dios dinero que lleva a la esclavitud. Paz a los que están marcados por el malestar social y económico, y a los que sufren las consecuencias de los terremotos u otras catástrofes naturales.

Paz a los niños, en este dí­a especial en el que Dios se hace niño, sobre todo a los privados de la alegrí­a de la infancia a causa del hambre, de las guerras y del egoí­smo de los adultos.

Paz sobre la tierra a todos los hombres de buena voluntad, que cada dí­a trabajan, con discreción y paciencia, en la familia y en la sociedad para construir un mundo más humano y más justo, sostenidos por la convicción de que sólo con la paz es posible un futuro más próspero para todos.

Queridos hermanos y hermanas:

«Un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado»: es el «Prí­ncipe de la paz». Acojámoslo.

Dirijo mi felicitación a vosotros, queridos hermanos y hermanas, que estáis en esta plaza provenientes de todas las partes del mundo, y también a los que de diferentes Paí­ses estáis conectados a través de la radio, la televisión y por otros medios de comunicación.

En este dí­a de alegrí­a, todos estamos llamados a contemplar al Niño Jesús, que devuelve la esperanza a cada hombre sobre la faz de la tierra. Con su gracia, demos voz y cuerpo a esta esperanza, testimoniando la solidaridad y la paz. Feliz Navidad a todos.

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